-
Compadre - le dijo el zorro - ¿Qué has hecho para que te tengan así? -Ay,
compadre, si supieras mi suerte -le dijo el cuy -. Yo enamoraba a la hija más
gorda del dueño de esta chacra y ahora él quiere que me case con ella. Pero esa
joven ya no me gusta.
También
quiere que aprenda a comer carne de gallina que a mí me da asco. Así le mintió
el cuy. Después, haciéndose el sonso, exclamó el muy ladino: - Creo que a ti sí
te gusta la carne de gallina. - A veces, le dijo el Zorro, también haciéndose
el sonso. -¿Por qué entonces no me desatas y te pones en mi lugar? Así te
casarás con una joven gorda y comerás carne de gallina todos los días. -Te haré
ese favor, compadre - le dijo el zorro. Al día siguiente, muy temprano, cuando
el dueño de la chacra vino a llevarse al cuy, encontró al zorro.
- ¡Sí me voy a casar con tu hija! ¡Te lo prometo! También te prometo que comeré carne de gallina todos los días- gritaba el zorro. Al oír este atrevimiento, el dueño lo azotaba con más fuerza, hasta que en una tregua de la tunda, el zorro le explicó toda la mentira del cuy. El dueño se puso a reír y después lo soltó, un tanto arrepentido de haber descargado su ira en otra persona. Desde ese día, el zorro comenzó a buscar al cuy. Quería cobrarse la revancha de todos los latigazos que recibió del chacarero.
Un
día se topó con él y pensó que había llegado la hora de la venganza. El cuy,
viendo que ya no podía huir se puso a empujar una enorme roca y el zorro se le
acercó para cumplir su cometido; pero, el cuy reaccionó:
Y
empezó a ayudarlo, es decir, a sostener la gigantesca roca. Después de un rato,
el cuy le dijo: - Compadre, mientras tú empujas yo voy a buscar una piedra
grande o un palo para acuñar esta roca. Paso un día, dos días, y el cuy no
volvía con la cuña. El zorro ya no podía más. "Soltaré la roca aunque me
mate", pensó. Dio un salto hacia atrás, pero la roca ni se movió.
-
Otra vez me ha engañado- dijo-. Pero, ésta será la última porque lo voy a
matar. Día y noche le siguió el rastro hasta que lo encontró junto a un corral
abandonado. El cuy lo vio de reojo, calculó que ya no podía escapar.
Entonces
se puso a escarbar el suelo.
-
Rápido, rápido -decía como hablando para sí mismo -. Ya viene el juicio final,
va a caer lluvia de fuego.
Ayúdame
a hacer un hueco porque va a llover fuego. El zorro se puso a ayudar. Cuando el
hueco ya estuvo hondo, el cuy saltó dentro de él.
-
Tienes razón compadre. Cambiemos, pues, de lugar - le dijo el cuy, saliendo del
hueco. El cuy no solamente le echó tierra, sino también, ortigas y espinas. Y
mientras lo tapaba iba diciendo:
-
Achacau- dijo-. Deben ser las brasas de la lluvia de fuego Guardó su mano y
esperó. Días después, el hambre le hizo arriesgarse: salió entre el ardor de la
ortigas y los pinchos de las espinas. Vio que afuera todo seguía igual.
"Ya
se habrá enfriado el fuego ", pensó. Estaba más flaco que una paja.
Finalmente, se convenció de que había sido burlado, nuevamente. Lo buscó,
entonces, sin descanso, día tras día y noche tras noche. Una noche que andaba
buscando comida, encontró al cuy al borde de un pozo de agua. El cuy, al verlo,
se puso a lloriquear.
-¡Qué
mala suerte tienes, compadre! - le dijo -. Yo estaba llevando un queso grande,
pero se me ha caído en este pozo. El zorro se asomó al pozo y vio en el fondo
el reflejo redondo de la luna.
- Es usted muy pesado, compadre. Ya casi no puedo sostenerlo. Dicho esto, lo soltó. El zorro, gritando, cayó de cabeza al fondo del pozo. Así dicen que murió.
Fuente:
https://es.scribd.com/doc/79417479/El-Zorro-y-El-Cuy-Para-Ninos
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